En la vida todos somos fisgones.

Nos metemos en los asuntos de los demás, transformando sus problemas en una forma de entretenimiento personal y básicamente escamoteándoles sus propias tragedias. Devoramos los detalles más horribles en íntimos con la ferocidad con que los polluelos picotean su comida, sin que salvo en raras ocasiones unamos los desafortunados puntos que revelan la imagen completa en toda su inmensa y triste realidad.

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